San Francisco fue un revolucionario en su tiempo. En una época en la cual la Iglesia acumulaba poder y riquezas, predicó la pobreza y austeridad. Es difícil imaginarse lo complejo de la tarea sin embargo a ello se dedicó. Podríamos resumir la historia más o menos así: Francisco era el hijo de un comerciante adinerado que cuando estaba camino a la guerra Dios le encarga que reconstruya su Iglesia. Al principio Francisco lo toma como la misión de reparar el templo que estaba en ruinas, pero al final termina comprendiendo que se trataba de algo más. Su misión no era con el edificio sino con las personas. El mensaje de Cristo es claro en cuanto a la austeridad, también con respecto a la conversión de los infieles y la posibilidad de los delincuentes de enmendar sus errores. El perdón es clave en la doctrina católica.
Antes de continuar debo aclarar que aunque antes fui católico actualmente soy agnóstico. Los motivos son varios y no fue una decisión única sino más bien un proceso que me llevó mucho tiempo y reflexión. De la misma forma debo aclarar que tengo un profundo respeto por la Iglesia Católica y por la figura del Papa. Creo que la obra de la Iglesia compensa sus falencias que como toda institución humana posee. Entraría en más detalles pero creo que es mejor dejar eso para otra entrada.
Las palabras no pueden describir la felicidad cuando oí el anuncio de que el Papa era argentino incluso más cuando había elegido mi nombre, no por mí sino por lo que significaba. Como dije San Francisco luchó contra la corrupción de la Iglesia, contra los poderosos que robaban la Palabra para su beneficio. Fue un momento de ilusión, imagínense las posibilidades de un aparato de obra como la Iglesia Católica puesta al servicio de los pobres. No es que antes no se preocuparan, pero al ser pontífice un cura que solía ir a tomar mate a las villas; las posibilidades eran más que prometedoras. Tal vez no como mucha gente pensara, vender patrimonio de la Iglesia para dar el dinero a los pobres. Lo que suponía era una lucha para que los gobiernos dejen de esconder la pobreza y comenzaran a tomar medidas reales, no solo en los afiches. Me ilusionaba tanto que hasta esperaba fuertes declaraciones en contra la corrupción estructural, la lucha para que todas las dictaduras encubiertas o no, regresaran a formas democráticas y libres.
Cuando los anuncios solo incluían temas como la lucha contra la pedofilia (que era un gran tópico pendiente) o la reestructuración de la banca del Vaticano, me ilusionaba creyendo que ya llegaría el momento. En un principio cuando recibía a los poderosos y las celebridades, me conformaba creyendo que estaba fortaleciendo su posición para poder hacer aquellos cambios que se esperaban de un Francisco, que necesitaba hacerse más público y más cercano a todos para que su mensaje fuera universal.
Maldita la relatividad que distorsiona la realidad de acuerdo al observador. Cada vez más celebridades frívolas y más políticos cuestionables, los anuncios no llegaban. El reto público a quienes se enriquecen a costa del estado y fomentan el hambre y la ignorancia para enquistarse en el poder, no llegaba. Tampoco llegaban las medidas revolucionarias, no llegaba nada. Los mensajes se volvieron para las cámaras no para los afligidos. Llevar el anillo del pescador debe ser una carga realmente muy pesada, pero parece difícil que pueda poner al observador en una posición tan alejada que no pueda ver todo esto.
Pronto comenzaron las fotos con todos los emisarios del FPV, la ilusión tal vez la esperanza me hacía creer que los recibía y en privado (porque nunca en público) el Papa los reprendía por sus actos y les aconsejaba con la sabiduría propia del que tiende los puentes. Esperaba que el Papa que viajaba en colectivo les dijera a los opulentos del poder que había que terminar con el robo de la república y el saqueo del estado. Pero no. Y ya no fueron solo los argentinos. Comenzaban a desfilar los déspotas y las causas por la paz se diluían en la pasarela del poder. El mensaje de una Iglesia para los pobres se descafeinaba y edulcoraba con cada nuevo político o presidente de políticas al menos cuestionables.
Al final una paloma trajo una ramita de olivo. El Papa dijo que le molestaba que usaran su imagen para campañas políticas. Pero no era la paloma de la paz, era un pichón para tiro, y le tiraron. Al final solo unas horas después de esa frase ya se reunía con el siguiente de la fila de los corruptos. Maduro, Putin y tantos otros, el Papa puede recibirlos, pero al no hacer ni siquiera una ligera llamada de atención hacia lo que hacen logra un efecto de apoyo y apología. El Papa puede recibir (aunque al final se excusó) a personajes como Maduro, pero no recibe a quienes hacen huelga de hambre por la liberación de los presos políticos en Venezuela. Cuesta creerlo pero, de nuevo, desde nuestro punto de vista lo que está haciendo es cuando menos consentir los excesos de los estados, si es que no avalarlos de forma casi explícita.
El camino de San Francisco lo llevó de ser un joven acomodado a reparar la Iglesia, primero pensó que era el templo y luego comprendió que la Iglesia son las personas, creyentes o no. Que su misión estaba con los que sufren, con los subyugados, que la austeridad material debe acompañarse con sabiduría y fortaleza. El mensaje de San Francisco le supuso una carga pesada que llevó sin importar lo que le costara. El Papa recorre un camino que lo mostró primero como un abanderado de los afligidos, sin embargo luego se encaminó no hacia la Iglesia (la gente) sino hacia los templos (lo superfluo) para al parecer dedicarse a estar en una posición de comodidad sin sufrir el costo del mensaje y la tarea que el nombre le imponen. Es así que al menos desde aquí abajo parece que el Papa lleva el camino contrario al de Francisco.