viernes, 13 de diciembre de 2013

Lo que no hay

Desconcierto, sería la mejor forma de representar lo que siento en este momento al sentarme a escribir a cerca del futuro próximo. Mirar la pantalla en blanco y ver un camino solitario en medio de la nada que conduce a ninguna parte pero, que tal vez más allá de donde alcanza la vista, pueda tener un desvío hacia algún lugar mejor. La situación actual sería compleja por sí misma, y sin embargo debemos agregarle la “pesada herencia recibida” que en este caso es el propio gobierno el que la ha dejado. Los actores se suceden en cambios repentinos de estilo, a tal punto que algunos parecen ubicados en las antípodas del pensamiento y sin embargo o bien deben continuar la labor del anterior o trabajar codo con codo. Pese a todo no parece que de todas formas fuésemos a cambiar de rumbo, al menos no hasta que la realidad nos obligue.
Tenemos una presidente presa en su propio castillo, víctima de su acumulación de poder. Era ella y sólo ella quien tomaba todas las decisiones importantes, y quien tenía la ultima palabra sobre todo. Esto hoy resulta un problema ya que al no estar en condiciones de ejercer el gobierno en la forma que lo venía haciendo se produce una disyuntiva en cuanto a las figuras y al poder. El vice presidente cada vez más complicado por los descuidos de su propia corrupción carece pues, de la fortaleza política y moral para llevar adelante la gestión del gobierno. A su vez los que siguen en la línea de sucesión o bien no poseen el poder suficiente como para tomar y mantener el mando, o por el poder que poseen quien maneja los hilos en las sobras del gobierno no los va a dejar asumir por miedo a no poder bajarlos luego cuando sea necesario. El equilibrio entre quienes tienen el poder pero, no los cargos necesarios para ejercerlo de forma legal, y quienes tienen los cargos pero no el poder; es delicado y en momentos de crisis el tablero puede sacudirse demasiado.
Tenemos una economía que va en curso de colisión y los encargados de esquivar el iceberg no se ponen de acuerdo para que lado virar el timón, mientras el tempano está cada vez más cerca y cuando se decidan puede que sea demasiado tarde. Una cosa es real aunque el gobierno no quiera verla, no podemos aquellos que producimos y pagamos impuestos seguir manteniendo a aquellos que sólo viven del estado o a los que se enriquece de la corrupción. No es posible seguir con una política de subsidios que borre por arte de magia a los pobres, debemos asumir la realidad: somos un país en vías de “subdesarrollo” y por lo tanto tenemos pobres. El estado (y aquellos que lo solventamos) no podemos hacernos cargo de quienes están fuera del sistema, al menos no de la forma en la que se ha venido haciendo. Algunos subsidios están bien, alguna ayuda está bien, pero no se puede mantener en la vagancia y el ocio a una parte tan grande de la población. Tenemos un porcentaje cada vez mayor de ciudadanos que creen que el estado tiene la obligación de mantenerlos y de proveerlos con todo aquello que pudieran necesitar, y que por lo tanto no es necesario que busquen un trabajo y se vuelvan ciudadanos productivos. Esta utopía populista, esta perversión del progresismo, no puede mantenerse para siempre, los recursos son finitos y las demandas crecientes. 
La estupidez puede florecer en tiempos de abundancia, cuando sobra nadie hecha en falta. Mientras las condiciones internacionales nos colocaron en un lugar de privilegio frente a un mundo en baja, tuvimos la oportunidad de crecer y solucionar viejos problemas. En lugar de ello, nos pusimos a despilfarrar los recursos, el tiempo y las oportunidades. En lugar de crear trabajo genuino y productivo mejorando nuestra infraestructura para mejorar nuestra matriz productiva regalamos netbooks. En lugar de crear una industria derivada de nuestra materias  primas para aumentar el valor agregado de nuestras exportaciones dimos fútbol para todos. Dejamos que la necesidad de no tener repitentes afectara la calidad de nuestra educación. Permitimos que los sindicatos, mientras fueran amigos, hicieran reclamos que hoy frente a un nuevo paradigma económico no pueden tener respuesta satisfactoria. Creamos un estado de ausencia de ley donde la anarquía impuesta atropella las normas de convivencia y nos deja a todos en un tremendo estado de indefensión.
Esta forma retorcida de administración de lo público es posible sólo en la medida que los ingresos sean abultados, y se vuelve cada vez más asfixiante a medida que los recursos menguan. Durante demasiado tiempo derrochamos lo que sobraba, ahora sin embargo, debemos reevaluar las prioridades, sabiendo que algunos han de quedar forzosamente afuera. Ahora es tiempo de repartir lo que no hay.